miércoles, 19 de febrero de 2014

Heridas invisibles

Soy el Dios de la incerteza
en el orden absoluto.
Me gobierna una mentira
que destruye mi alma inepta
y mi corazón corrupto.
Más quisiera yo pedir
si merecerlo pudiera;
que me equivoco por vicio
y por costumbre desisto
en mi afán de fantasías
entre sueños y quimeras.

Ya no me atrevo a llorar,
porque no me quedan lágrimas
que derramar en este día.
Maldigo esta obsesión mía
que no alcanzo a descifrar,
mientras duermo castigado
por lujurias y codicias...
Y despierto ensangrentado;
tengo el corazón abierto
y medio pecho desgarrado.
-¡Disfrazaré mis heridas!
-es lo primero que pienso.

La utopía

Buscando entre una montaña de papel me encontré con algo interesante, casi sin querer. Mi yo de hace unos meses lo guardó bien guardado.

Pinta corta la distancia pero largo el recorrido.
Y de tanto divagar en utopías,
perdemos el camino. Perdemos de vista un rumbo
que no tuvimos, y encontramos el vacío,
cada día.

Nos devora la obsesión, y buscamos distracción
inútilmente. El ridículo intimida,
y no actuamos. Ignoramos nuestra suerte, a veces
nula; nos cegamos, ya por costumbre...

Despidámonos
sin hacer ruido, y arrastrando los pies,
porque no sabemos qué queremos
y queremos por querer.
No hay escapatoria de nosotros mismos.